Ecologismo

Artículo aparecido en En lucha no. 78, noviembre de 2002

La presidenta del Consejo Nuclear, recientemente, acusó a las organizaciones ecologistas de “vivir de crear angustia e inseguridad”.

Si miramos los problemas reales ecológicos que nos rodean, veremos que realmente existen motivos para preocuparse.

Referente a la industria nuclear, sólo hay que mencionar Chernobil, que contaminó gran parte de Europa, y Three Mile Island, que casi produjo una catástrofe aún mayor en EEUU.

Otro problema, reconocido por casi todo el mundo, es el calentamiento global. El cambio climático creará nuevas zonas desérticas por un lado e inundaciones por otro. La subida de temperaturas, y el consiguiente calentamiento de los polos ártico y antártico, hará subir el nivel del mar, hundiendo casi por completo a países como Holanda y Bangladesh.


Recientemente, saltó la noticia de la existencia de una enorme nube marrón que viaja por encima de India y China, producida por la contaminación y que ya ha causado la muerte de miles de personas.

La verdad es que quien no se asusta es porque no entiende la situación. Ecologismo, en su sentido más amplio, es el estudio de este problema y la preocupación por hacer algo al respecto.

Igual que en la mayoría de corrientes de ideas, existe una variación enorme en cuanto a qué hay que hacer.

Un vistazo al actual Partido Verde alemán da una idea de esta amplitud; por un lado, activistas verdes participan en los bloqueos de los trenes que cruzan el país llevando residuos nucleares; por otro, los verdes participan en el Gobierno alemán, que mantiene centrales nucleares abiertas y que participa en las aventuras militares de la OTAN.

Lo que sigue es un resumen -simplificado, por supuesto- de algunas de las corrientes ecologistas.

La corriente más drástica se autodenomina “ecología profunda”. Defiende, abiertamente, la necesidad de reducir la población del mundo, para “reducir la interferencia humana con el mundo no humano”.

Se habla de vivir de una manera más sencilla, gastando menos recursos naturales.

El problema es que un individuo -un escritor con éxito por ejemplo- puede permitirse ir a vivir, supuestamente sin tecnología, a una cabaña en la montaña. Pero, a pesar de que muchas tecnologías son contaminantes, la humanidad en su conjunto no podría vivir sin tecnología alguna -ni siquiera con una población drásticamente reducida, como propone esta corriente-. Incluso los escritores no podrían editar sus libros sin la tecnología.

Ecología profunda, tras su aparente radicalismo, es más una religión que una teoría que ayude a solucionar los problemas ecológicos.

Una corriente ecologista más práctica es la representada por Greenpeace. Esta organización lleva a cabo acciones directas, a veces de gran audacia. Salen en botes para bordar plataformas petrolíferas en alta mar; entran en los recintos de las centrales nucleares para desplegar enormes pancartas... Hacen un trabajo muy importante de publicidad y concienciación, y han pagado un alto precio por ello; su barco Rainbow Warrior fue hundido en un ataque terrorista llevado a cabo por el Gobierno francés.

Es obvio que conectan mucho más que los de la ecología profunda con la gente de la calle. Sin embargo, su alcance es mucho más limitado de lo que parece. En el fondo su objetivo es concienciar a los dirigentes del planeta para que actúen de otra forma, y persiguen este objetivo, no mediante la movilización, sino con las acciones de unos pocos.

Otra forma de ecologismo, y una que sí permite una participación más amplia, es la que promueve el consumo ecológico, el reciclaje, etc. Ahora en muchos lugares existen puntos de reciclaje de basura, y es posible comprar “productos ecológicos”.

Esto es positivo, pero adolece de serias limitaciones. Un problema inmediato es que las “mercancías ecológicas” suelen costar más que las “normales”. Esto hace que mucha gente, que tiene un presupuesto limitado, no pueda permitirse el lujo de comprar “ecológico”.

Y mientras es positivo reciclar la basura, y deberíamos reclamar más puntos de recogida, tendríamos que plantearnos unas preguntas. ¿Por qué se produce tanto desecho, que luego intentamos reciclar? ¿Por qué los Gobiernos, que se jactan de verdes, permiten tanta contaminación industrial, que es el mayor causante de la destrucción medioambiental?

Esto nos lleva otra vez al ejemplo de Greenpeace: ¿por qué los dirigentes del mundo, a pesar de las muchas excelentes campañas, no se dejan convencer?

El problema es que vivimos en un mundo dominado, no por los intereses de los seres humanos, como denuncian los seguidores de la “ecología profunda”, sino por los intereses del dinero, o más bien de una pequeña minoría de la población que controla el gran capital.

Son sus beneficios los que dictan lo que se produce y lo que no se produce. Cuando les es más rentable contaminar, se contamina; cuando les es más rentable poner un “detergente verde” en el mercado, lo fabrican.

No hay solución a los problemas ecológicos que no pase por quitarles el poder a esta minoría de ricos, para establecer una sociedad que realmente funcione según las necesidades humanas.

Y cuando consigamos una sociedad autogestionada desde abajo, una sociedad socialista y realmente democrática, no decidiremos construir centrales nucleares cuyos residuos nos envenenarán durante siglos; no fabricaremos envoltorios de plástico, llenos de anuncios; no recortaremos el transporte público para fomentar la venta de coches particulares...

La humanidad, tanto la del norte como la del sur, podría vivir mucho mejor, con mejor tecnología, y al coste de menos destrucción medioambiental, pero sólo en un mundo que no estuviera dominado por el dinero.

Los ecologistas hacen bien al señalar los problemas que nos rodean, pero la solución a estos problemas no está en el ecologismo, sino en el socialismo revolucionario.

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