Cambiar el mundo para salvar el planeta

Este diciembre, se celebrará en Copenhague la Cumbre Climática de la ONU. Las recientes inundaciones en todo el mundo demuestran que algo debe hacerse urgentemente. Aquí se argumenta que la solución va mucho más allá de lo que se acordará en esta cumbre, y que hace falta un cambio social radical. Artículo aparecido en La Hiedra, noviembre de 2009.
A principios del mes pasado, Murcia vivió unas inundaciones récord. Ocurrió lo mismo en Filipinas, India, Turquía… Con el cambio climático, estas condiciones meteorológicas extremas serán cada vez más frecuentes.
El ejemplo más conocido es el del Huracán Katrina que —ayudado por los recortes presupuestarios de George Bush— arrasó Nueva Orleans en 2005, provocando miles de muertes.
Un reciente informe científico del Programa de la ONU para el Medio Ambiente cita otros ejemplos, que van desde vientos récord en Cuba y la peor sequía en 70 años en México, hasta importantes nevadas en Johannesburgo.
Estas condiciones extremas demuestran que el cambio climático no significa que podremos ir en camiseta en invierno. Supone un enorme reto para la humanidad. Debemos entenderlo para poder luchar contra sus causas.

Las causas del cambio climático

Es ya de amplio consenso científico que la acción humana ha roto el equilibrio dinámico que existe en el clima desde hace medio millón de años. La causa principal es el dióxido de carbono (CO2), el gas producido por la combustión del petróleo, gas, carbón, etc.
Esencialmente, el CO2 en la atmósfera actúa como una manta sobre el planeta: a más CO2, mayor temperatura. Ha existido una variación natural en el nivel de este gas, lo que a lo largo de cientos de miles de años ha provocado cambios periódicos entre las edades de hielo y otras épocas más cálidas. Las edades de hielo se caracterizaron por niveles atmosféricos de CO2 de unas 180 partes por millón (ppm). En las épocas cálidas hubo unas 280ppm. Los últimos dos siglos de industria, basada en la quema de combustibles fósiles, han supuesto su aumento hasta 385ppm, provocando, hasta ahora, un aumento en la temperatura promedia del planeta de 0,8ºC.
La Declaración de Ámsterdam sobre el cambio global, acordada en 2001 por un congreso de más de 1.000 científicos de 100 países, señalaba que: “La dinámica del sistema terrestre está caracterizada por cambios abruptos y umbrales críticos. Las actividades humanas podrían desencadenar estos cambios repentinamente, trayendo consecuencias severas para el ambiente de la Tierra y sus habitantes.”
Es decir, el cambio climático no consiste meramente en la gradual subida de temperatura que vivimos ahora. En septiembre de 2007, el deshielo del Ártico llegó a su máximo histórico, superando el récord anterior, de 2005, en un 23%. El hielo ártico refleja la luz del sol; una vez deshelado, el Océano Ártico absorbe mucha más energía solar, aumentando aún más la temperatura del planeta. Éste y otros factores de retroalimentación positiva pueden conducir a un cambio abrupto.
En algún momento, un pequeño aumento en la temperatura global nos llevará mucho más allá de los efectos que hemos visto hasta ahora: actuará como “la última gota”, provocando un auto-avance del calentamiento a tasas muy elevadas.
La opinión científica es que si el aumento en la temperatura promedio del planeta, respecto a los niveles de antes de 1750, no pasa de los 2ºC, nos mantendremos más o menos dentro del equilibrio dinámico actual. El ritmo actual de emisiones implica un aumento en la temperatura de hasta 5ºC. Con toda seguridad esto provocaría un cambio abrupto, que nos llevaría a otro equilibrio climático, mucho más cálido e inhóspito que los existentes hasta ahora y cuya naturaleza exacta no podemos predecir.
El CO2 permanece dos siglos en la atmósfera, y el efecto de las emisiones actuales sólo se verá al cabo de un tiempo. Las emisiones de los últimos años continuarán aumentando la temperatura del planeta. Sólo mediante una drástica y rápida reducción en las emisiones de CO2 podremos hacer que este aumento no sobrepase los 2ºC. La cuestión es cómo conseguir esto.

Lo que hace falta

El activista contra el cambio climático, Jonathan Neale, ha escrito un libro esencial, Stop Global Warming: Change the World. Resumiendo la evidencia científica, explica que para minimizar la probabilidad de un cambio abrupto, las emisiones globales de CO2 deben reducirse en un 60%, respecto a su nivel de 1990, dentro de los próximos 10-30 años.
Neale escribe no sólo como activista medioambiental sino como anticapitalista. Así que aclara que los países pobres han contribuido muy poco al aumento de CO2 a lo largo de los últimos dos siglos: la responsabilidad es de las clases dirigentes de Europa y América del Norte.
Incluso hoy, con el importante crecimiento económico de China, ese país produce unas 4,6 toneladas de CO2 por persona al año. El Estado español produce 8,0 t por persona e India sólo 1,3 t. La cifra para EEUU es de 19,0 t. El país norteamericano, con el 5% de la población mundial, ¡es responsable del 20% de las emisiones!
Así que Neale argumenta que, para combatir el cambio climático sin aumentar la desigualdad global, los países ricos deben reducir sus emisiones en más de un 80%.
Veremos el problema al que nos enfrentamos si consideramos que el tratado de Kioto buscaba una reducción entorno al 5% en las emisiones globales. El objetivo para Europa era del orden del 8%. Para EEUU era de sólo el 7%, pero ese país no ha ratificado el acuerdo. Es más, el acuerdo de Kioto realmente no reduce las emisiones. De hecho, éste creó un mercado mediante el cual países y empresas comercian con reducciones —reales y/o imaginarias— en las emisiones.
En la cumbre de Copenhague, se habla de reducciones más importantes, pero no está claro si se acordarán. Sobre todo, si ni los principales países emisores, ni las grandes empresas, han cumplido con las reducciones acordadas en Kioto, no hay motivo alguno para pensar que cumplan con un cambio más radical.
El problema con estas cumbres es que no parten de las necesidades de la humanidad y del planeta. Se basan en la premisa —implícita e indiscutible— del mantenimiento del sistema capitalista y del dominio del mercado. De ahí que sus medidas han hecho más para fomentar los negocios que para resolver el problema del cambio climático.
Nuestro enfoque debe ser el contrario. Miremos primero las medidas necesarias para que la humanidad pueda vivir en un planeta lo más habitable posible, y luego veremos si el capitalismo y el mercado son compatibles con éste.

Un programa radical de ahorro y energía renovable

Dos condiciones básicas para una solución radical al cambio climático son que las propuestas sean técnicamente factibles hoy en día, y que no impliquen un ataque al nivel de vida de la gente corriente. Esto no es tan complicado como podría parecer.
Miremos el ejemplo del transporte. El imponer más impuestos por conducir un coche simplemente excluye a los pobres y permite que los ricos sigan conduciendo y contaminando. La alternativa sería prohibir los coches en gran parte de las ciudades, a la vez que mejorar y abaratar el transporte público. Un bus que lleva 20 o 30 personas contamina mucho menos que 20 o 30 coches. Mejor aún sería convertir los buses para que funcionasen con electricidad (de fuentes renovables) y/o construir tranvías.
Esto costaría dinero y trabajo. En el último año los gobiernos de Europa y EEUU han gastado miles de millones de euros en subvencionar la industria automovilística. Han fomentado la venta de coches, supuestamente verdes, mientras las empresas siguen con sus EREs. Sería mejor, tanto para el planeta como para las y los trabajadores, que éstos dedicasen sus habilidades a renovar y reconstruir el transporte público.
Con los edificios, se podría aplicar el mismo principio. Ya existen casas “ecológicas”, diseñadas por buenos arquitectos, de materiales reciclables y/o reciclados, con medidas ingeniosas para mantener una temperatura cómoda sin gastar mucha energía. Éstas pertenecen casi sin excepción a personas adineradas. Por ello, no hay motivo para no aplicar estos principios a todas las viviendas. El gobierno podría promover un “plan E” para hacer que viviendas ya existentes sean más eficientes, por ejemplo, con aislamiento contra el frío y el calor. Así, reduciría el gasto energético (y de paso nuestras facturas) pero también crearía mucho empleo en la construcción. Estos principios se aplicarían a toda la vivienda nueva.
Otros muchos cambios se podrían hacer en el ámbito del ahorro: la otra cuestión es la producción de energía. Una reducción del 80% en las emisiones implica que prácticamente se deje de quemar petróleo, gas y carbón. Pero sabemos que si no hace sol, hay menos energía solar; si no sopla el viento, no giran las turbinas de los aerogeneradores. ¿Es realista plantearse producir toda la energía a partir de fuentes renovables?
Un informe de 2007 de Greenpeace —con el explícito título, Renovables 100%— explica cómo se podría hacer en el Estado español. La clave está en combinar las tecnologías. Los elementos principales serían energía solar, energía eólica y energía hidroeléctrica, junto a otras fuentes menores como la biomasa. De esta manera, se podría cubrir toda la demanda, incluyendo los picos, sin depender de si hay mucho sol o viento en un momento dado. Greenpeace propone cubrir toda la demanda de electricidad prevista para el año 2050 con el 100% de fuentes renovables, y que ésta represente el 80% de todo el gasto energético.
Así, se lograría una reducción en emisiones del 80%. Si se tomasen medidas importantes de ahorro, y se aumentase el ritmo de inversión, no hay duda de que se podría lograr este objetivo mucho antes.
Greenpeace explica que el potencial de las energías renovables en el Estado español equivale a más de 10 veces la demanda de energía total proyectada para 2050. Esto significa que no haría falta construir instalaciones en todos los lugares técnicamente posibles, sino que se podría escoger entre ellos. Las instalaciones tendrían que ir a alguna parte, por supuesto, y se tendrían que consultar con las comunidades locales, pero no haría falta acabar con los parques naturales ni los hábitats de especies protegidas para producir energía.
La reducción requerida en emisiones de CO2 es perfectamente factible, y no implica sacrificios por parte de la gente. Entonces, ¿cuál es el obstáculo?

No hay soluciones individuales

El ficticio detective Sherlock Holmes dijo: “Una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca”. Esto se aplica al tema del cambio climático. Lo que se ha explicado arriba puede parecer muy improbable, incluso utópico. El problema es que las demás soluciones son imposibles.
Ya hemos visto que el modelo de Kioto no se dirige a solucionar el problema climático, sino a salvar al mercado. Al rechazar este modelo, muchos grupos ecologistas optan por la idea del cambio individual.
Otra publicación de Greenpeace, titulada Cómo salvar el clima, se dedica a exigir cambios en el comportamiento individual. La mayoría costarían dinero y/o esfuerzo: comprar las bombillas de bajo consumo, que son más caras; comprar una nevera más ecológica, etc. Son exigencias difícilmente asumibles para una familia que no llega a fin de mes. Las medidas propuestas antes, en cambio, combaten tanto la crisis medioambiental como la crisis económica, creando empleo y reduciendo la factura de la luz, en el caso de aislar las casas, por ejemplo.
Otra visión ecologista se centra en la idea de “hazlo tu mismo”, por ejemplo con la construcción de molinos de viento caseros. Esto puede tener sentido para alguien que viva en una casa del medio rural, pero la mayoría de la población, que vive en apartamentos en ciudades, no podría producir su energía de esta manera. De todas formas, no resuelve el problema fundamental, que son las emisiones a gran escala, que no desaparecerán por sí solas.
La verdad es que los individuos no decidimos la mayoría de las emisiones. Éstas son fruto de decisiones políticas y comerciales no tomadas por nosotros. Por tanto, hagamos lo que hagamos a nivel individual, no podemos solucionar el problema. Para hacer esto, hacen falta medidas más radicales, a nivel, como mínimo, del Estado.

El movimiento que necesitamos

El problema lo reconoce casi todo el mundo, incluso el Pentágono, que publicó un informe en 2003 acerca de cómo el cambio climático abrupto afectará a los intereses de seguridad nacional de EEUU. La cuestión es cómo resolverlo.
El entonces vicepresidente Al Gore declaró en 1993: “El mínimo que es científicamente necesario [para combatir el cambio climático] supera de lejos el máximo que es políticamente realizable”.
Hace falta una gran movilización, capaz de cambiar lo que es “políticamente realizable”. No basta con el modelo de grupo ecologista vigente hasta ahora; ni pequeños grupos de activistas radicales, ni las grandes ONGs que actúan como “lobbies” podrán, por sí solos, conseguir el cambio necesario. Un modelo más adecuado es la gran movilización contra la guerra de 2003, donde fuerzas muy diversas se unieron entorno a un objetivo muy sencillo y compartido. Un movimiento así cambia conciencias a nivel planetario, y cambia lo que es “políticamente realizable”.
Un movimiento contra el cambio climático que se centrase, no en sacrificios individuales ni en mercados de emisiones, sino en exigir cambios a los Estados y a las grandes empresas, no estaría reñido con los movimientos contra la crisis o contra la guerra, sino que tendría una causa común con ellos.
La solución al cambio climático pasa por reducir el poder de las grandes empresas, obligándolas a sacrificar sus beneficios en interés del planeta y la humanidad. No es imposible que lo hagan. A lo largo del s. XX, aceptaron pagar impuestos para mantener sistemas de salud pública, educación, etc. porque vieron que eran necesarios. No se puede excluir del todo la posibilidad de que el capitalismo acepte un “sistema de salud para el planeta”.
Pero donde el proceso de Kioto parte de la premisa del mantenimiento del sistema económico actual, limitándolo todo a lo que le conviene al mercado y a las multinacionales, el movimiento contra las emisiones debe partir de lo que requiere la humanidad para evitar la destrucción del planeta. Si esto es compatible con un capitalismo reformado, que así sea (por ahora). Pero si la única manera de evitar la catástrofe ecológica es acabar con el capitalismo completamente y tomar el poder con nuestras manos, entonces es lo que debemos hacer; no porque lo diga la izquierda anticapitalista, sino porque será la única forma de sobrevivir.
De un modo u otro, para salvar el planeta, necesitamos un cambio social fundamental. Es una tarea urgente, y la construcción de un movimiento capaz de impulsarla debe empezar ya y tener las ideas claras.
¿Tenemos todo el tiempo del mundo? Sí, pero al propio mundo que conocemos no le queda mucho tiempo.

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