Imperialismo | 10 años de la guerra de Irak

Artículo aparecido en En lucha, marzo de 2013

Hace diez años, la madrugada del 20 de marzo de 2003, EEUU inició su invasión de Irak. Fue un momento clave tanto para el poder imperialista como para los movimientos en su contra. Este artículo hace un balance de la guerra de Irak.

Durante años, la visión dominante de la Primera Guerra Mundial fue la de los vencedores; un conflicto magnífico y heroico. Sólo mucho más tarde se extendió la visión real, la de una terrible guerra imperialista, una matanza llevada a cabo en beneficio de unos pocos.

El ataque de 2003 contra Irak, en cambio, nunca se aceptó como algo heroico ni necesario. Desde el principio, todo el mundo sabía que no había “armas de destrucción masiva” en Irak —casi todo el mundo: según sus propias afirmaciones, el entonces presidente español, José María Aznar, no lo sabía. En el Estado español, el 90% de la población se opuso a la guerra. Quedaba claro que los motivos eran otros.


El motivo más obvio del ataque estadounidense contra Irak fue el petróleo. Como explicamos en el periódico En lucha en marzo de 2003, “mucho antes del 11 de septiembre, la administración Bush se dirigía hacia Irak, y no por motivos de derechos humanos o ‘terrorismo internacional’, sino para poder controlar su petróleo”.

Pero no se trataba simplemente de tener combustible para el depósito del coche. Como también explicamos entonces, “los dirigentes de EEUU tienen miedo de perder su estatus”; un objetivo de la guerra fue reforzar su país en el escenario mundial. ¿Lo han logrado con su intervención en Irak?

Una “victoria” desastrosa

Huelga decir que para la población iraquí, la guerra fue terrible, empeorando una situación de por sí desastrosa. (Ver caja.) Sin embargo, sabemos que los dirigentes de EEUU no llevaron a cabo la guerra para mejorar la situación de la población. La cuestión es si consiguieron sus propios objetivos. La respuesta es que no. En términos de petróleo, la versión oficial es optimista; la producción iraquí está en auge, superando a la producción iraní, afectada por las sanciones. Pero incluso con este aumento, Irak sólo empieza a superar sus niveles de producción de 1979; el año antes de iniciar la guerra contra Irán. Los planes del gobierno iraquí para aumentar la producción masivamente, triplicándola durante el próximo lustro, son más que cuestionables. Implicarían la inversión de medio billón de dólares durante los próximos años; algo poco probable que se logre. Además, uno de los planes implica bombear agua a presión en los viejos campos petrolíferos para que vuelvan a producir; algo que suena bastante al fracking con el que se propone extraer hidrocarburos en el Estado español; esto supondría un nuevo desastre ecológico.

Finalmente, y más importante para los dirigentes norteamericanos, muchos de los contratos petrolíferos, y de este modo de los beneficios de la inversión militar estadounidense, van a Lukoil y Gazprom de Rusia, así como a empresas chinas. ¿Cómo es posible?

Lo político y lo económico

La política y la economía interactúan, sobre todo en Oriente Medio. Hace diez años EEUU ocupó Irak. Ahora tiene en Bagdad la mayor embajada del mundo, pero no consigue controlar al gobierno iraquí. Irónicamente, gran parte de la culpa la tiene EEUU.

Tras la ocupación, los ocupantes impusieron un sistema político basado en el sectarismo, parecido a lo que el Estado francés estableció en el Líbano; las cuotas de poder y los cargos se reparten en función de las diferentes creencias (entre chiíes y suníes) y nacionalidades (árabes, kurdos, etc.). Aplican, tanto en Irak como en el Líbano, el viejo refrán “divide y vencerás”. Sin embargo, la mayoría de la población iraquí es chií, igual que el gobierno iraní, el clan de los Assad que controla Siria, y el movimiento islamista libanés, y gran enemigo de Israel, Hezbolá. Siguiendo la lógica sectaria, Irak tiene un gobierno presidido por un partido chií, bajo el primer ministro, Nuri al-Maliki, y mantiene relaciones muy cercanas con todas estas fuerzas, especialmente Irán. Este país ha visto su posición regional fortalecida gracias a la intervención estadounidense.

Kurdistán es otra dificultad. El modelo impuesto tras la ocupación incluye una parcela de poder “para los kurdos”; en realidad para un grupo de corruptos de los dos principales partidos kurdos, que ya se habían aliado con EEUU mucho antes de la guerra. Estos partidos no representan los intereses reales del pueblo kurdo, ni sus más que justificadas demandas nacionales. Pero el reparto de poder sí contribuye a complicar aún más el tema del petróleo, con los importantes yacimientos entorno a la ciudad norteña de Kirkuk, históricamente kurda.

A la situación interna del Estado iraquí, se suman otros dos elementos primordiales. EEUU tiene graves problemas económicos. Ya hace diez años señalamos la importancia de sus déficits y de su deuda; con la crisis mundial éstos han empeorado. El hecho de que gran parte de su deuda ahora esté en manos de China también repercute sobre la fuerza de EEUU como potencia.

Por otro lado están las revoluciones en el mundo árabe. Algunos analistas argumentan que EEUU controla casi todo el petróleo de Oriente Medio. De lo que se olvidan es que este “control” depende de su influencia sobre las cúpulas de los países de la región. Ya han caído, de diferentes maneras, tres dirigentes árabes que, también de diferentes maneras, colaboraban con EEUU, y la mayoría de gobiernos entre Marruecos e Irak están amenazados por movimientos opositores.

Las revoluciones árabes también han inspirado importantes luchas en Occidente, desde el 15M en el Estado español y las huelgas en Grecia, hasta el movimiento Occupy en EEUU.

Aunque EEUU sigue siendo con creces la mayor potencia imperialista del mundo, en términos económicos, pero sobre todo militares, su principal apuesta de la última década no ha funcionado. No es sólo la crisis actual; EEUU está en un gradual declive.

Antiimperialismo desde abajo

Las movilizaciones masivas de la primavera de 2003, y las protestas espontáneas tras el ataque del 20 de marzo, incluían a gente muy diversa, unida por un sentido común, contrario a la agresión. Es evidente que las diferencias de ideas no impiden la lucha unitaria, pero las teorías sí tienen su importancia. Para entender lo que está pasando en el mundo, y plantear estrategias para cambiarlo, no basta con el sentido común, hace falta un análisis más a fondo. Y dentro del movimiento había análisis diferentes y opuestos. Algunas de estas teorías, donde se pusieron en la práctica, tuvieron un efecto muy negativo.

Una de ellas viene del estalinismo, y de la guerra fría entre EEUU y la URSS. No mira los conflictos internacionales principalmente en términos de clase, es decir, desde el punto de vista de la gente explotada y oprimida del mundo, frente a las clases dirigentes del mundo, sino que se centra en apoyar a una de estas clases dirigentes frente a las otras. Reduce todo al choque entre los bloques.

Algunas personas que defendían esta visión jugaron un papel importante en la lucha contra la guerra de Irak, pero cualquier movimiento antiguerra que se hubiera presentado como partidario del “compañero Saddam Hussein” habría sido condenado al fracaso. Más en general, si la política internacional depende principalmente del juego entre los bloques, ¿para qué perder el tiempo construyendo movimientos de masas e intentando movilizar a la gente? Sería más productivo hacerse un hueco, de la manera que sea, entre los gobernantes actuales del mundo. Y la verdad es que algunas personas de izquierdas actúan precisamente así.

Por otro lado están las teorías de la globalización según las cuales los estados ya no cuentan para nada; la única fuerza importante son los mercados y las grandes empresas. Los máximos exponentes de esta visión son Toni Negri y Michael Hardt, con su libro Imperio, aunque algunos argumentos de Naomi Klein en No Logo parecen respaldarla también. En cambio, otro libro de Klein, La doctrina de shock, demuestra claramente el papel clave (y terrible) de los estados. La propia guerra de Irak, llevada a cabo, no olvidemos, por EEUU y otros estados aliados, no por las multinacionales, es otra prueba clara de esto.

Si se hubiera aplicado fielmente la teoría “post-estado”, se habría ignorado la guerra de Irak, para prestar más atención a temas del comercio internacional, etc.; de hecho, es lo que propuso Bernard Cassen, redactor de Le Monde diplomatique, por suerte, sin éxito.

Otra teoría, para nada incompatible con las anteriores, la defienden algunos sectores de la izquierda preocupados con el “islamismo radical”. Argumentan que hay que oponerse de manera igual a la guerra y al “fundamentalismo”, así metiendo en el mismo saco al islamismo de derechas, como el gobierno saudita o Al Qaeda, y a auténticos movimientos populares de resistencia en el mundo árabe. Esto, en 2003, implicó mantener una actitud de neutralidad entre la mayor potencia militar del mundo y las poblaciones que morían bajo sus bombas. Allá donde tuvieron influencia, como en Francia, donde incluso sectores de la izquierda anticapitalista las defendieron, estas ideas desarmaron al movimiento antiguerra.

En lucha, en cambio, siempre ha apoyado la lucha desde abajo de la gente explotada y oprimida, incluso contra regímenes que se llaman comunistas, estados obreros, antiimperialistas, etc. Tampoco insiste en que el movimiento opositor adopte nuestro programa político ni que se declare laico (algo, por cierto, que la izquierda nunca exige a los muchos movimientos de América Latina que demuestran una fuerte influencia cristiana).

Gran Bretaña, Grecia y Corea del Sur no deben tener muchas cosas en común, pero todos tres tuvieron fuertes movimientos unitarios contra la guerra, y en los tres hay fuertes grupos de la Corriente Socialismo Internacional, de la que En lucha forma parte. Por supuesto, muchos factores influyen en la fuerza de los movimientos, pero parece que una gran presencia organizada de activistas que enfatizan la importancia de combatir el imperialismo y solidarizarse con las poblaciones bajo ataque, mediante la movilización unitaria desde abajo, es uno de ellos.

Esto también se ve a una escala más local. El 20 de marzo de 2003, 30.000 estudiantes de la Universidad de Barcelona sitiaron al consulado de EEUU. La acción la había propuesto una compañera de En lucha, a través de la asamblea unitaria de estudiantes que ella y otras compañeras habían impulsado. En Sevilla (donde En lucha se había establecido sólo el año anterior) las acciones fueron más modestas pero incluso aquí gente de la organización contribuyó a recoger firmas contra la guerra, y a la celebración de clases en la calle.

Por supuesto, no hace falta compartir una teoría determinada para impulsar las luchas. Pero las teorías que restan importancia a este tipo de movilizaciones, porque se centran en la acción de gobiernos “progresistas” o bien porque piensan que lo único que cuenta son los “mercados”, o las que ceden a los argumentos islamófobos del sistema, no ayudan. La solidaridad y la lucha desde abajo deberían ser simplemente el sentido común; para que así sea, es mejor defenderlas también mediante la teoría.

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“Se sigue torturando y encarcelando a personas por motivos políticos”

Olga Rodríguez fue corresponsal en Irak durante la invasión de 2003; fue testigo del asesinato de José Couso, a manos de las fuerzas estadounidenses, el 8 de abril. Aún tiene amistades en el país y ha explicado a En lucha la situación actual: “Las cifras más conservadoras hablan de cientos de miles de muertos, más de un millón de heridos y 80.000 mutilados documentados. Llegó a haber cinco millones de refugiados (de un país con 26 millones de habitantes) y en la actualidad hay dos millones. No es nada inusual conocer a alguien que fue torturado por los ocupantes. De hecho, se sigue torturando y encarcelando a personas por motivos políticos. Estos días hay revueltas importantes en Irak, y las fuerzas de seguridad han respondido matando a siete manifestantes”.


“La misión diplomática estadounidense tiene unos 15.000 trabajadores. Hay 4.500 contratistas armados para protegerles, y otros 4.500 que se dedican a la intendencia. Además, miles de contratistas más trabajan para empresas extranjeras en el país”.

La situación económica y social en Irak es terrible. Olga explica que incluso con el aumento de producción de petróleo “la mayoría de la población soporta limitaciones de suministro eléctrico. En Bagdad la media de energía eléctrica en los hogares no supera las seis horas diarias. Irak ha alcanzado el octavo puesto entre los países más corruptos del mundo, y es el país árabe más corrupto”.


“Se intenta presentar las protestas actuales en Irak como sectarias, pero es mentira. Un amigo mío, un activista destacado en la lucha, es chií pero pide igualdad para los suníes. Lo que buscan los manifestantes es lo mismo que los movimientos en el resto de la región: democracia y justicia social”.

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